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martes, 9 de febrero de 2010

Quimera

Cruzo presurosa la ciudad para hallarlo otra vez. El poeta se muere. Su dolor se hace carne en mis entrañas y las estrellas guían mis pasos.
La soledad lo abruma, y en medio de su pena resplandece en lo alto su quimera de amor. Ella lo envuelve en turbulentas aguas, lo mece entre sus olas hasta que enfurecido el mar de su delirio golpea a mi poeta entre sus rocas. En su lucha por alcanzar el sueño de aquel amor lejano, arremete con furia, con ardor, hasta quedar exhausto
La quimera se aleja, el océano gana la batalla. Feroz lo arroja yerto en esa playa a la que llego sin ver el camino, en la noche cerrada de su alma. Desfallece, me acerco, lo acaricio y el calor de mi mano renueva en sus latidos la lujuria por la vieja quimera.
Sus ojos están ciegos y mudos sus oídos. Sólo su piel me siente y entro en el traje dulce de su musa soñada. Perséfone, Medea, Afrodita, Minerva...
Mi corazón, su boca...
Mis recodos, sus manos...
Mis entrañas, su carne...
Vuelve a salir el sol. El poeta se duerme, los ojos del hombre se abren lentamente. El traje de la musa se desdibuja y cae. La mujer pequeñita le sonríe. El hombre la saluda cordialmente, sale ella de escena, a sus espaldas cierra la puerta él. Baja el telón..
Ya sin premura cruzo nuevamente las calles. Mi oscura realidad se ha iluminado con la magna tarea. La ciudad está plena de hombres muertos. Sólo yo tengo vida mientras dure en mi carne el calor de su fuego.
Seguiré mis rutinas. Cuando el hombre se duerma despertará el poeta y correrá detrás de su quimera. Esperaré paciente. Leeré en las estrellas...
Me conmueve el dolor de aquel poeta, su soledad, su pena ...
Más cuando el hombre se despierta, abre sus ojos y en segundo fugaz enfoca en los míos su profunda mirada, yace allí la quimera que atormenta mi alma.


N.L
Junio, 2008





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